domingo, 11 de enero de 2009

Espontaneo, no lo esperaba. Pero lo hice.


-¿Querés? - me dijo mostrando un cigarrillo recién sacado de su bolsillo.
- Sí, gracias.
Lo encendí y me quedé mirándolo fijamente. El escondía con suavidad todos su dolores, y a pesar de que me tenía tanta confianza, nunca contaba mucho.
En cambio yo siempre era la que parecía una bocanada de problemas, y necesitaba con urgencia acudir a él. Es mi mejor médico, mi único remedio... Y nada sana más que su felicidad.
Pero el nunca supo ni sabrá eso.
En ese momento su risa era más mística que de costumbre, y los versos que salen continuamente de su boca eran más apreciables que alguna otra vez. Me recitó un poema en francés. No lo conocía, pero podía entenderlo.
Liberé egocentrismos a la par de nicotina. Lamento haberles quitado un poco de brillo a las estrellas que se asomaban para ver al hombre que no me pertenece, pero del que yo me adueño.
Acaricio mi cabello, y me cantó una nana en inglés. Quería dormir, los párpado me pesaban desde hace 38 horas, pero el amor a escuchar su voz gruesa y tierna, me mantenían despierta.
Aún no sé como terminamos en la plaza de algún barrio porteño a las dos de la mañana. Era tan hermoso tenerlo para mí nada más. Tan bello que sus labios cantaran para una ilusa conocida.
- Estoy triste- me dijo.
Pregunté por qué. Pero no dio motivos. Sólo se limito a recorrer mi cuerpo con una mirada fugaz.
Nunca sabré si fue lo correcto. Actué como me decía mi cuerpo. Alcé mis manos hasta llevarlas a su cara, y le dí el beso más largo que he visto, desnudé sus dudas mientras mis labios hacían el resto, cerré los ojos para no romper el encanto. Las cosas sucedieron espontáneamente, ya no tuve tiempo para pensar.
Acabamos abrazados, tratando de armar el puzzle que habíamos desordenado. Ninguno de los dos preguntó que había sucedido. Él vio en mi cara lo que no podía responder con palabras. Sé que deseaba preguntarme, pero decidió dejarlo para el próximo encuentro inusual.