martes, 29 de marzo de 2011

Tomás.



El hombre nunca más andrógino, desnuda el alma frente el ropero que desconjetura sus gestos de ser vivo. La ventana por detrás enhebra su piel con el atardecer que no se congela, puesto que sucede constantemente.
Los muebles gritan todos sus nombres. Tomás, Florencia, Ramiro, Luján, Rocío, Alejandro y cuando se acuerdan, Hernán. Está tan lejos de sí que el espejo no llega a burlarlo, pero explota en simetría, y cada nombre se vuelve una trémula fantasía.
Intenta echar raíces para plantarse en este presente cada vez menos vivo. Poco a poco se da cuenta que la cerámica no es fértil para permitirse esa condescendencia. Las semillas de los pies se vuelven escarcha tornasolada, azul agonía de un padre Tiempo que lo vuelve infinitivo.
El ropero escupe condicionales. Si no estuviera perdiendo vitalidad, habría podido entender la lógica que usan las puertas para abrir y cerrar capítulos vividos y por vivir. Y porqué se cierra el ropero, porqué en el cajón de medias hay un frasco de risas saladas. Porqué la corbata ahorca al pasado, amenazando al futuro.
Aunque la atemporalidad lo retenga, fusilado en su misma vitrofusión de impulsos, sabe que tiene que decidirse por vivir en algún momento. No vale seguir esquivando, porque cuando te vio pasar por el espejo, llamar al mugroso intento de teléfono, una esquirla astilló su memoria y entendió que no contestar, prestarse a continuar en este coma de invisibilidad, era matarte antes de que muriese primero.
A pesar de que no existas para nadie, era matarte.
Y yo, que te poso en su mundito, no puedo permitir eso.



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nusé

martes, 22 de marzo de 2011

Escondidas





Así jugamos a las escondidas cuando las baldozas nos manchan los pantalones:
Bailamos hasta que no podamos vernos, hasta que el cuerpo sea en lo que nos escondemos.
Y no hay nada que tus zapatos no puedan enseñarme, si tu vuelta es mi curva, si tu foxtrot es lo que persigo. Y si fue en la cocina que aprendimos a bailar. Licuando lo imposible, tornándolo algo predecible para la situación que íbamos a manejar.
Piedra libre a la gracia de la luz que te vuelve divino y rompe con el tiempo, acribillando la aguja a las cinco y veinticinco, cosiendo el túnel con los mismos botones que encuentro en la calle que conduce siempre hacia el mismo callejón.
Y el piso no es frío si es con vos.
Y uno, dos, tres y cuatro.
Giramos y avanzamos al costado. El espacio no tiene atrás ni adelante, es presente constante. Caemos entre sabanas que traslucen el Sol, teñidas están las paredes que se van escribiendo al ritmo de los acordes de la respiración. Mis miedos desaparecen como el frío si vos estás.
No es mucho lo que puedo ofrecerte.
Ni siquiera un Sol, o un rayito de yuyo verde.
Me despeino, prolijamente en tu mano, te exijo
que pidas entusiasmado
un deseo
y que nos echemos
a
volar.





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Quiero dar las gracias por los comentarios. Es muy bonito recibirlos, por más que digan lo que digan, que sé yo, le dan ánimos a uno.
Respondiendo a la pregunta de los dibujos, no suelo postear ni subir mis dibujos a ningún lado, pero la idea es que cuando empiece a usar el otro blog, vayan apareciendo esporádicamente cosas más personales (o al menos, evidentemente personales), como así podrían ser dibujos :3


Les mando un abrazo grande, y espero que les guste.

jueves, 17 de marzo de 2011

El túnel de tela.


Aquella noche ninguno lo sabía, pero el túnel se había abierto, en varios lugares, al mismo tiempo, y no era la primera vez que sucedía.

La primera vez fue en Agosto del año pasado. Estábamos durmiendo en sueños, en la cuadra de casa, y vos estabas en la casa de mi vecina, detrás de las rejas negras, sobre un pasto totalmente ajeno, y yo en la vereda, acostada mirándote dormir, mirando cómo tu presencia tangible se manifestaba ante mi ingenuidad de creer que las cosas sucedían.

Cada noche, sin sospecharlo, cruzábamos el túnel. No se trata un túnel normal, que se pueda imaginar, es un pasadizo de tela de sueños, con parches de colores que pende de un hilo de plata.

Los días que siguieron al primer encuentro, en el que descubrí el efecto de tu yo sobre el mío, fueron igual de silenciosos e imprevistos. Jugábamos, nos escondíamos, esperaba verte y nos transformábamos en dibujos, y nos escribíamos los labios con el silencio de la aventura.

Sólo en un encuentro pude amarte en el lienzo del cuerpo. En mi habitación, en la tuya, volviendo a la mía, existiendo en tu onirismo.

Pocas veces nos sentíamos conscientes de entender el cómo de las cosas, jamás el porqué, si desde luego, tampoco nos interesaba. Bastábanos con vernos de la forma que fuera.

Aquella noche cruzamos el túnel y nos agarramos de la mano. Fuimos por tantos lugares, dimos tantos saltos que el reloj de tu living y el de mi comedor no podían manejarlos. Estuvimos tomando el té en la casa de alguien, gateamos sobre su piso para huir como gatos, aparecimos en el altillo de una persona a la que no le importaba que estuviéramos ahí, y entre las cosas buscábamos el lugar justo para dormirnos y fusionar el alma que guardábamos en el bolsillo del pantalón.

Algo pasó en el medio. Te agarré fuerte, con miedo a que desaparezcas. Los colores empezaron a fugarse y todo pareció ser el momento en que revelan una foto. Al caer en el aire las palabras se volvían negativos, revelabamos ideas, que la memoria alguna vez fotografió, pero no podíamos parar la fuerza con la que el punto de fuga plateado nos arrastraba.

Todo se consumió. Sólo podía sentir un enredo sobre el cuerpo, la agitación de no tenerte, el miedo a abrir los ojos. El sentir que el puente que me llevaba al túnel se había derrumbado.

Pero estabas en mi cama. Con la naturalidad de creer una maravilla. Desde entonces todos los días te amanezco, sin animarme a preguntar si éste pliegue de tu vida, realmente existe en la mía.

jueves, 10 de marzo de 2011

ars que se opone a thekné

Todo cobraba una relevancia sin barba en la vida de Luján. No había comprendido si no el arte hasta que alguien la obligó a decir qué era. Qué era, no lo que para alguien tan escuálido de alma significaba.
Ella también quiso citar a Borges en su cuerpo, más de una vez. Alguien le dolía, pero no era propicio decirlo, decirselo.
Confesarse era por aquellos días, reconocer la dicotomía que a todos nos pega un poco. Y golpearse, era intentar sanar la herida por cancelación. No había nadie que supiera escuchar al Sol.
Entonces hay días en que la monotonía es el mejor arcoiris y la pintura y el cuerpo son una inspiración con un intento de fundamento, una justificación que no basta, porque no tiene razón de ser.
Hay días en que el televisor muestra sus monstruos. Y están en todas partes, y viven en sus pies. No hace falta cruzar el espejo, caerse, o fumar esperanzas. Los miedos siempre fueron gigantes peludos, tipos amenazantes, que a fin de cuentas sólo quieren té.

Quería que tocaras timbre.