sábado, 19 de marzo de 2016

Los días en los que éramos felices.

"La felicidad es tan grande que de cerca no se ve."
Sentencian Gabo Ferro y Luciana Jury.
Es cierto, muchas veces lo es. Y tal vez, ahora mismo, no esté viendo la felicidad sino la plenitud, que son cosas diferentes, pero muy cercanamente emparentadas.
Viene siendo un gran día. Días así que el clima es de otoño, que la mañana trae café con leche y medialunas. No amanezco en mi casa. Despierto en la casa de mi mamá. Bajo y ella ya no está. Se fue a una marcha. Está Flabián, quien es su pareja. Lo quiero mucho. Cuando voy a ver a mi mamá (también lo voy a ver a él) a veces me prepara fernet. O me acaricia la cabeza con gesto paternal. A mí me gusta eso, cuando tengo ganas, le cuento un poco de mis dramas. Hoy le pedí si me podía ayudar a elegir un libro para regalar. Me terminé comprando dos libros yo, hermosos.
Después fui a tomar el colectivo. Vino rápido, me pude sentar a leer y todo. Llego a casa y me siento ¿Feliz? Realmente bien, al menos. Molly y Tali vienen a recibirme, como siempre. Prendo un sahumerio, pongo a lavar la ropa, un disco de canciones de los Beatles hechas bossa. Tosto el pan, rayo la zanahoria, condimento la palta. Y no puedo dejar de sentir que la plenitud es eso. Estar entre mis cosas, comer algo rico, que Tali corra y maulle mensajes que no comprendo del todo, que la Molly quiera comer de lo que estoy comiendo. Estar descalza, colgar la ropa, poner la pava, cargar el termo y salir en bici a leer en la plaza.
Plenitud debe ser algo así como sentir que en el presente que habitás, no podrías ni querrías estar haciendo algo diferente a lo que estás haciendo ahora.
¿Y eso, no se le parece a la felicidad?
Yo creo que sí.