Todo cobraba una relevancia sin barba en la vida de Luján. No había comprendido si no el arte hasta que alguien la obligó a decir qué era. Qué era, no lo que para alguien tan escuálido de alma significaba.
Ella también quiso citar a Borges en su cuerpo, más de una vez. Alguien le dolía, pero no era propicio decirlo, decirselo.
Confesarse era por aquellos días, reconocer la dicotomía que a todos nos pega un poco. Y golpearse, era intentar sanar la herida por cancelación. No había nadie que supiera escuchar al Sol.
Entonces hay días en que la monotonía es el mejor arcoiris y la pintura y el cuerpo son una inspiración con un intento de fundamento, una justificación que no basta, porque no tiene razón de ser.
Hay días en que el televisor muestra sus monstruos. Y están en todas partes, y viven en sus pies. No hace falta cruzar el espejo, caerse, o fumar esperanzas. Los miedos siempre fueron gigantes peludos, tipos amenazantes, que a fin de cuentas sólo quieren té.
Quería que tocaras timbre.
6 comentarios:
es hermoso :3 envidia me da.
Confesarse fa con dese.
Sobre todo que inventa mostros que antes eran otra cosa...
Creo que lo que deberias indicarle a tu príncipe morado, es en donde esta la puerta
Me gusto mucho como quedo.
Y la frase del final no quedo mal, quedo cope.
El comentario de arriba... me perturba. No sabia que tenias un principe morado y tampoco sabia que tenias que echarlo.
porque echarlo osea tambien puede ser que lo quiera dejar entrar no :)
interesante el blog señorita!
entonces démosles té, tal vez así suene el timbre...
espléndido relato
besos*
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