jueves, 3 de junio de 2010

Puchito López

Vos pensabas que en Buenos Aires siempre estarías solo. Que la ciudad no era más que edificios y desconocidos, entes; y que vos también eras uno para los demás.

Pero no contabas con que nunca podrías estar verdaderamente solo en un juego de 13 millones, observando, siendo observado y particularmente viviendo. Jamás contaste con eso.

Porque en tu campo querido, hasta los árboles más amigos mueren y cuando el viento sople y no haya un roble, existirá un nadie. Pero vos, Puchito López, vos no estás solo.

Tu cabecita coya cruzando la 9 de Julio, dando saltos hasta aparecer en parque Rivadavia, y luego ver tus alpargatas rayadas admirando las paredes de Acoyte, preguntándote si a los boletos les duele la suela de los zapatos; hacen que te sienta minoría. Lo sos, lo sabés.

Te seguía todos los días, Puchito, no recuerdo ya cuándo fue la primera vez que lo hice, o cuándo la primera que te vi. Creo que coinciden… Extrañamente, sí, coinciden, fue un 3 de abril, que día complicadísimo ese, cómo haberlo olvidado.

¿La de razón de seguirte? Quién sabe, compadre. Tan despreocupado por la vida ibas - vas- y yo tan mamarracho como diría la abuela. Quería contagiarme de tu gripe. Al principio, era un par de cuadras, que se potenciaron al cubo, y así y así.

Con el paso de los días sabía tus hábitos, los anotaba, controlaba si se repetían. No sé si alguna vez me viste, siguiéndote. Hablabas poco, murmurabas mucho. A penas si logré escucharte. Llegué a seguirte por 5 vueltas completas, siempre bajo tu misma rutina, Puchito.

Tu recorrido finalizaba en los puestos de parque Rivadavia, mientras los viejos jugaban ajedrez y los chicos vendían los libros de inglés usados, como siempre. Como siempre, hacías una vuelta rara, como si fueras un acróbata de sueños y desaparecías. Pero aquella vez no desapareciste, te adentraste en los laberintos de libros; no escuchaba el cantito “Libros, libros, nuevos y usados, escolares precio oferta” a esta altura, tampoco me interesaba. Seguías avanzando, perdiéndote (no, perdiéndome yo, vos te encontrabas). Te seguía, ya no importaba esconderme de tu vista. Era pisar y ver hojas de libro por detrás de tuyo desenvainándose en el aire, pidiendo un cielo. Entonces te quedaste quieto, y volteaste. No pude bajar la vista, aunque hubiera sido más cómodo el poder haberlo hecho. Sonreíste, Puchito, no podía creerlo.

Me quede atónita en el suelo, y las hojas amarillentas, tus papeles inesperados me envolvieron hasta dormirme en romances, en bardos. Cuando pude mencionar palabra, por supuesto, no estabas. En tu lugar había un libro bordó tapa dura, en el que leí el campo y la soledad, esos robles, te estaba leyendo el alma o las letras, tu espíritu literario.

Pasaron días de eso, ahora te escribo desde el café en que te vislumbré aquel 3 de Abril, del que me fui sin pagar. Te escribo con el anhelo a una valentía. Quisiera seguirte una vez más, Puchito. Seguirte y entrecerrar tu libro con esto que sin mucho orden o coherencia escribo.

A dónde vas; Por qué venís; Por qué te vas. Pero sobre todo… ¿Por qué volvés, Puchito López?



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Es medio otro rejuntecín. El principio del relato se referia a una tercera persona, antes. Así también como lo de 'era pisar y ver hojas de libro...' se me ocurrió un día por la calle y lo guarde en un borrador en el celu xD. Después otro poquito lo escribí en el cole.
En fin, no sé como habra quedado, me da algo de miedo releer.

Un beso grande.