miércoles, 20 de abril de 2011

L'e bunny mask



"No porque se hiciese tarde hay que correr. No porque lo sea voy a hacerlo"
Pensaba yo, caminando sin menor apuro hacia casa. Salir de la escuela y hacer el mismo camino todos días, era algo monótono que no me molestaba, porque tenía mis costumbres de viaje bien marcadas, y me encargaba de que se fueran cumpliendo al pie de la letra. Así me ocupaba de cruzar la calle por detrás del colectivo, y de esperar que corte el semáforo en la misma esquina de siempre.
Caminaba pensando en lo que pensaban los demás, cantando para que piensen que me veía feliz , no importándome nada en esta vida, cantando mal para que oigan mi aparente indiferencia.
Las primeras veces no me dí cuenta. Tardé, de hecho, en descubrir al conejo. Su cara aguardaba siempre en la galería que está a mitad de cuadra de la parada del colectivo. Pasaba, y minuciosamente sin detener mis pies, clavaba la mirada en la máscara del conejo que reposaba en la vidriera de la galería. Estaba adornado de disfraces a su alrededor, artilugios que no le hacían gracia ni mucho menos; sólo empolvaban su esencia.
Cada día se intensificaba más ese contacto, los ojos vacíos, esos espacios entre lo que era y la realidad de vidrio que me recordaba que no soy inmune a las leyes físicas. Intenté entonces buscar la forma de llegar al conejo, deteniéndome sí esta vez, con el fin de pulverizar cualquier obstáculo hacia nuestro contacto.
Sin éxito, dejando pasar lo sucedido, llegué a casa y me fui a dormir. Y fue cuando la siesta abría el galpón de nubarrones cansados, que llegó el conejo. Apareció, fugazmente, vestido con un traje verde inglés y me arrastró por un laberinto interminable, lleno de columnas abarrotadas de musgo, tierra húmeda y colores azucarados. Quedé varada y sola, el conejo se había ido.
No me preocupé por lo que sucedería al día siguiente. En la galería había un hombre bien vestido, inglés, que me detuvo al pasar. Me dio la mano, y su cara comenzó a cambiar. Lo sabía, sabía que aquel hombre era la fachada de otra naturaleza. Sus rasgos cambiaban prismáticamente hasta conformar dos largas orejas y un hocico rosa soledad. La mirada, llena del mismo vacío de vidriera, me sentenciaba de forma eterna a una historia de papel crepé, de cumpleaños de cartón. El conejoide sin perder su rostro, sacó del mismo la máscara de conejo, que con violenta convicción estampó sobre mi cara, la cual absorbió la máscara como si la estuviera esperando desde aquel primer día en que noté su existencia.
Quien estaba debajo de la máscara no era más que otro conejo, un espejo del conejoide inglés que corría por la galería y me desafiaba a vivir. Mi yo como estudiante estaba anulado por mi nueva existencia, que corriendo antes de que se hiciese tarde, me cercaba un camino no acordado, pero era el mismo que intenté transgredir alguna vez. La vidriera estaba abierta, con mi nombre escrito en una esquina, y artilugios que pretendían encadenarme a ella.




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Este cuento, que no sé cómo coño habrá resultado (seguramente aburrido, pero quiero intentar ser un poco más explicativa cuando escribo), fue producto de uno de mis pequeños traumas, quiero decir, gran parte de este texto está basado en hechos reales xD, después tal vez, en el otro blog, cuente un poco más sobre esto.

Abracito!

2 comentarios:

Psico Thevenin dijo...

Aw, como hablamos de este cuento cuando me lo pasaste.

Psico Thevenin dijo...

Me gusta :3