viernes, 29 de abril de 2016

En ese momento, la extrañé mucho.
Escuchaba hablar a mi abuelo, y la vi a ella sentada en su lugar. Preguntándome las mismas cosas de siempre, su saco azul colgado en la silla al lado de la tele. Su manera de sonreír y sus manos suaves. Sus ojos avellana. El llamarme para que cruce a comer algo que había cocinado, la pizza tan rica y mi parte sin anchoas. El budín de pan. Nuestras peleas, nuestras inmensas peleas.
Despertarme y que estés tomando mate en la cocina con mi vieja. Llegar de la escuela y que estés esperándome. Que me des plata a escondidas, que me digas que soy una maleducada. Que me quieras tanto y estés ya en otro lado.
Te extraño mucho, Marta. Extraño mucho ese caracter bien de mierda y complicado que tenías. Tus puteadas y cuando me decías negra o Julita. Hoy hablaba con el abu, en realidad él me contaba lo que te necesitaba, que iba todos los sábados al cementario. Y yo de cuando en cuando le decía que lo importante es que hiciera lo que le hiciese bien a él y que los demás se lavaran el orto. Que sólo él sabía qué era lo que le hacía bien. Y lloré un poquito sin que se diera cuenta, porque estabas ahí, yo te sentía sonreir.
Estabas contenta de que le haya pedido a Roberto que me diera tu ropa.  Que quisiera usar tu ropa. Abrigarme en el saco azul con tu cariño de madre longeva. Estabas contenta porque tal vez pensabas que no te recuerdo tanto. Pero te llevo en mí, orgullosa de descubrir que tenemos más similitudes que desencuentros.
Yo siento que te hizo bien sentir que estaba buscando caracterizar la fuerza que siempre llevaste en tu proceder. Y pasaste un rato a saludar, porque sabés, sabés muy bien que lo que más quisiera hoy es que me retes y digas que le vas a contar a mi madre.
Y que no me importe porque estás acá.

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