lunes, 4 de enero de 2010

Acicalar a los pétalos para que sean mejillas mojadas




Con los dedos sacude un crisantemo. Lo acaricia , lo limpia, lo libera de lo que empaña su color alegría. Después dibuja círculos en cada pétalo y los vuelve a mojar. Parecen mejillas recién bañadas en consuelo.
Y la flor sonríe mientras el viento la seca. El toma una azucena ahora y con un pincel maquilla el degradé más bello de amarillos, ocres y tal vez tierras. La azucena se sonroja porque José le hace cosquillas con el pelo de marta.
No tarda en llegar la fresia apurada diciendo que la tintura se le fue.
Con paciencia la pone sobre su palma y sumerge cada pétalo blancuzco en un río color dorado solar.
Cuando están todas coloridas, todas resplandecientes, el juego vuelve a empezar; acaricia los pétalos, los limpia, los deja ser. Todos tienen la suavidad de una mejilla mojada.
José mira hacia las esquinas; baja la mirada para ver a sus flores, las cuales chismorrean entre ellas, y vuelve regresar su vista a las esquinas. Se para secándose las manos en el pantalón, busca papel de regalo rápidamente al darse cuenta que hay un cliente.
El muchacho quiere una azucena. Les pega una ojeada pero de todas las que hay, elige a la tímida blanca y ocre. José la prepara para regalar, la decora para sanar y se produce el intercambio entre el cliente y el artesano florista.
El crisantemo y la fresia miran dudosos a José. El no se percata de eso, más bien piensa en que ya son las 19:30, que podría ir cerrando, pero no parece ser lo conveniente ya que en Crovara hay más gente que la de costumbre, hasta la estatua de la escuela nº 7 parece que cobrara vida.
Entonces alguien se lleva a la fresia llena de coquetería bajo el mismo procedimiento.
Quedan solos José y el crisantemo olvidado. El crisantemo no lo sabe, pero tiene destino.
Son las 20:30. Hay que cerrar. El crisantemo se siente triste, empieza a mojar sus pétalos al ver que el puesto no volverá no dentro de un rato, si no mañana, lo cual significa una noche sin alegrar a nadie.
José viste de papel a la flor, le pone un moñito rosa y escribe una tarjeta. Algo cabizbajo se decide a actuar. Cruza la calle guiado por un impulso emocional y deja al crisantemo sobre el auto de la dueña del local de ropa.

" Lina, si usted supiera cuánto pienso en esto. Comprendo su situación. Y si pudiera cambiarla, le estaría entregando esta flor, no dejándola... La quiero, Lina, con todo lo que querer equivale.''

Ahora el crisantemo se siente útil. Ahora José tiene mejillas como petalos listos para ser acicalados. El camina Crovara derecho sabiendo que una mujer lo espera para acicalar sus mejillas y besar su frente, y su nombre no es Lina.
Las flores ya no sonrien; el adoquinado, tampoco.



No hay comentarios: